“La destrucción en los más íntimo del proceso creativo” o algo así escribía en su diario durante 1915 Hugo Ball y trazaba, sin quererlo, una linea de tiempo a ser continuada en 1957 por la Internationale Situationniste y en 1976 por The Sex Pistols y el surgimiento del movimiento Punk.
Este pensamiento ( deudor tal vez sin saberlo de aquel “la destrucción también es creación” que habia escrito muchos años antes el ideólogo anarquista Mijail Bakunin) se materalizaría en 1916 con la apertura del Cabaret Voltaire en Zurich, Suiza. Allí, Hugo Ball junto a Richard Huelsenbeck, Tristán Tzara, Hans Arp y otros daría vida al Dada que más que un movimiento artístico fue un instante y lugar específico en el tiempo, donde todo era posible. En el cabaret se cantaban canciones,se montaban escenas de teatro,se recitaba poesía y se leían las creaciones de sus integrantes (como “Karawane” por citar solo una de las poesías de Ball) que muchas veces solo se trataba de palabras inventadas, sin sentido, solo basadas en su sonoridad y un sinfín de delirios más con los miembros del cabaret disfrazados llevando al arte al estadio más primitivo y más avanzado al mismo tiempo. Como sea, los muchachos se divertían en grande y junto a otros solitarios como Marcel Duchamp tiraban abajo los conceptos sobre el arte a patadas y se ganaban un espacio en la historia de ese “arte” que ellos denostaban.Greil Marcus nos escribe sobre los entretelones de esta fascinante historia y el entrecruzamiento con el situacionismo y el punk en su fantastico libro Lipstick Traces ( Rastros Carmin en español ), donde ha llevado a cabo un trabajo de investigación que mezcla poesías dadá, manifiestos, canciones punks, temas pop, cuadros, fotografias y mucho más, para trazar esta historia que, como los lapiz de labios, deja marcas que pueden ser borradas con el tiempo, pero no pueden ser borradas de la memoria.